miércoles, 16 de septiembre de 2009

Vendedores en la plaza





























Estábamos sentados en el Portal Guerrero, disfrutando de la tarde luego de cubrir el desfile conmemorativo de este día. La gente se paseaba felizmente por la plaza realizando las últimas compras de la feria. Mientras Mis buenos amigos reporteros charlaban de diversos temas, yo desde la mesa observaba como la gente que vendía sus productos en la plaza vivía este último día de feria.
Los productos, en su totalidad eran de origen local, frutas, artesanías. La gente sencilla se miraba ataviada con vestimentas características de la humilde realidad rural. Fueron escasas las ventas de la tarde. Ansíanos, mujeres y niños eran quienes cuidaban de los puestos. Imagino que los hombres de la comunidad estarán en los Estados Unidos tratando de conseguir ­, por medio de las formas clandestinas del trabajo migrante un poco de dinero que permita a la familia solventar necesidades básicas.
De pronto la lluvia comenzó a caer, el tremendo aguacero obligo a los vendedores a resguardarse bajo las pequeñas lonas de sus puestos. Un abuelito era cubierto con plásticos por dos mujeres quienes trataban de protegerlo del frio. Nosotros estábamos a resguardo bajo la lona que había colocado un restaurant. Desde mi lugar en aquella mesa del restaurant pude observar a los vendedores como se cubrían de la lluvia que aceleró su caída. Napoleón, el editor de “Mas Noticias” me pregunto si los vendedores estaría acostumbrada a tales condiciones de vida, tal vez…pero la respuesta…ese “tal vez” oculta otros significado, lo discutimos y nos dimos cuenta de que si aceptamos que ellos están acostumbrados a soportar la lluvia bajo las lonas de sus puestos, entonces nosotros estaremos suponiendo que hay seres humanos de segundo y tercer nivel. Mientras ellos soportan bajo los plásticos la lluvia, otros (como mis compañeros y yo), estamos cómodamente sentados en el restaurant. Sin duda deberíamos esperar que las condiciones fueran las mismas para todos, pero son las diferencias en la clase social (diferencias observables en los ingresos y en la calidad de las formas de vida) las que nos llevan a vivir un chubasco de manera distinta. Los puestos se perdieron cuando la plaza se inundo. Las frutas flotaron por doquier. Minutos después y sobre una tarima, mientras tomaba las fotografías de la inundación y la caída de la lona que cubría el pódium donde la noche anterior se realizó el grito, una pequeña se me acerco; su mirada inteligente y una actitud sociable llamó mi atención. Me dijo que su puesto había desaparecido bajo la lluvia, señalando un lugar donde se habían quedado sus cosas. La niña sonreía a su realidad. Su pequeña empresa yacía bajo el agua. Mientras yo captaba las imágenes me di cuenta, de que nosotros, los que nos dedicamos a estudiar la pobreza y a captarla en imágenes, robamos de la población humilde mucho, hasta su imagen en la desgracia. Y aunque me siento apenada por mi posición de “estudiosa del fenómeno”, no pude hacer nada más que captar la escena. Los expertos muchas veces no favorecemos de los sujetos de nuestros estudios sin beneficiarlos, pero si no captamos y describimos la realidad, esta pasaría desapercibida. Cuando la lluvia cesó, los vendedores regresaron a sus puestos, y el mundo siguió su curso, casi como si este fuera el orden natural de las cosas. Pero la pobreza no es algo natural, es creación de algunos seres humanos en contra de otros.